La amargura es uno de los pecados más sutiles, pero más dañinos en la vida de un ser humano. Su sutileza radica en que sus motivos aparentemente son justificables cuando surgen de agresiones físicas, verbales o emocionales. La amargura no tan solo marca las personas físicamente y en su conducta, ya que endurece el rostro y se destila venero al hablar, pero lo peor es que contagia a los demás.
En la Biblia la palabra amargura se traduce de muchas maneras: veneno, ajenjo, hiel, ponzoña, etc. Ahora, la que más me llamó la atención es la traducción cuya raíz proviene del verbo pinchar, cortar, ser áspero a tal punto que hiere (pikraino), y como adjetivo (pikros), que significa aguzado, afilado, agresivo. El salmista dijo: “Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas” (Salmos 73:21). Metafóricamente se usa de los celos, para ilustrar una condición de extrema maldad; es también calumnia, infamia, aborrecimiento, algo que produce frutos amargos y profundo dolor.
Así como es la amargura son sus consecuencias: nefastas, pues turba la mente y el espíritu y nos embota al punto que no entendemos. Con la amargura contaminamos a otros, pues destilamos veneno al hablar que enferma a los que nos rodean. Igualmente, nos ciega de manera que transferimos la culpa, e incluso llegamos al extremo de culpar hasta a Dios y a alejarnos de Él, pues no queremos perdonar ni ser sanados. Asimismo, ésta da paso a sentimientos tan dañinos como el rencor, el resentimiento; y finalmente atrae soledad, ulcera y depresión.
Hay quienes tratan sus propios medios para sanarse de la amargura. Algunos su solución es vengarse, hacer su propia justicia. Otros tratan de disculparse por sentir ese sentimiento y empiezan por negar que sea un pecado y se justifican en que no es su culpa, sino del que lo ocasionó. Sin embargo, en Dios sí hay sanidad para la amargura y es: Primero, aceptar que es un pecado contra Dios, porque estamos adorando nuestro “yo”; segundo, perdonar a aquel que nos ofendió y olvidar; y tercero velar porque no se anide este sentimiento de nuevo en nosotros ni en los demás. Venzamos con el bien, el mal.
Proverbios 14:10
“El corazón conoce la amargura de su alma”
Hechos 8:23
“… porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás”
Efesios 4:31
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”
Hebreos 12:15
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”
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