Conociendo a Dios

…el único Dios verdadero…

Nuestro Señor define la vida eterna como conocer a Dios y a Su Hijo Jesucristo que envió. Vida eterna, por tanto, es más que inmortalidad, sino algo que implica la misma vida del Padre manifestada en Jesucristo; y es eterna porque Él es eterno. El evangelio nos ofrece inmortalidad, mas no podemos limitarla a una vida que no se acaba, sino a la perpetuidad de una vida pura, excelsa e incorrupta como es la vida de Dios, donde se origina la vida y nunca habrá muerte.

La vida eterna está compuesta por las virtudes de la persona divina del Padre, por todos sus atributos. Por ejemplo, Dios es eterno, su vida es eterna, Dios es santo, su vida es santa; Dios es justo, su vida es justa; Dios es amor, su vida es amor, de manera que todo lo que es Dios, incluyendo que no muere, es su vida. Dios es auto existente, es el autor de la vida, es la esencia misma de la vida. Él tiene vida en sí mismo y da vida y sustenta a toda la creación con la Palabra de su poder.

Por tanto, conocer a Dios es tener vida eterna. Aquellos que pueden acercarse  son porque Él le ha dado de su vida y naturaleza. Desde que creemos entramos en la vida eterna. El que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Los cristianos hemos nacido de nuevo, de una simiente incorruptible que vive y permanece para siempre. Lo mismo que sucedió en el vierte de María (Lucas 1:35) es lo que sucede en cada creyente cuando nacemos de nuevo. El Espíritu Santo viene a nuestra vidas y gesta en nosotros al hombre nuevo, creado según Dios, de acuerdo a Él,  en  justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:24). El hombre nuevo tiene la imagen del que lo creó (Romanos 8:29; Colosenses 3:10). Así que es Cristo formado en nosotros. Aleluya!!

Todo lo que procede de Dios es eterno.

Nosotros hemos recibido más que inmortalidad pues vida eterna no es la vida natural o adánica extendida, sino la vida de Cristo que es la misma vida de Dios. De esta manera, Dios nos ha dado al hombre nuevo para que conozcamos, le entendamos, le creamos, le amemos y venzamos al mundo.

A Dios no se le conoce con el intelecto, sino en el Espíritu, porque Dios es Espíritu y se revela en el Espíritu. Hecho si, desde que nacemos de nuevo, por la fe en nuestro Señor Jesucristo, comenzamos a conocer al Dios que se revela en su Palabra. Y a medida que vamos conociendo a Dios, vamos conociendo la vida eterna, lo que es la esencia de Dios, su corazón, su mente, sus pensamientos, su sabiduría, su conocimiento, su entendimiento, todas sus virtudes y atributos, pero sobre todo su amor.  Por eso Jesucristo en el mundo estaba, y aunque el mundo por él fue hecho, el mundo no le conoció, porque no es con el intelecto que conocemos a Dios, sino por revelación.

Hay personas que piensan que adquiriendo información y datos acerca de Dios van a conocer a Dios. Por ejemplo, la Biblia es un libro que revela a Dios, pero esta tiene dos aspectos: el logo  y el rhema. El logo es la parte escrita de la Palabra y el rhema es la parte iluminada de esa Palabra, aquello que no se puede entender si no es revelado. Estos dos vocablos griegos se traducen en castellano como palabra, e incluso, a veces se dificulta distinguir cuando en la Biblia se usa estos dos términos, pero hay una gran diferencia.  Sin restarle importancia a la palabra escrita, pero un cuerpo sin espíritu está muerto, así sucede con la palabra de Dios, si tenemos logo sin rhema estamos muertos. Hay muchos que son eruditos en la información bíblica  en la información bíblica y poseen muchos datos acerca de Dios, pero no conocen a Dios.

Una de las características de la gracia de conocer a Dios es que el conocimiento de Dios nos transforma a su imagen. De hecho, la palabra conocer en la Biblia tiene la connotación de llegar a hacerse uno con Dios, como es el caso del coito entre un hombre y una mujer, pues dice que Adán conoció a su mujer Eva, y ésta concibió y dio a luz a Caín (Génesis 4:1). La intimidad en la relación sexual, el penetrar es conocer, lo que el apóstol Pablo describe que ya no son más dos, sino una sola carne, y aplicando dice que el que se une con el Señor es un Espíritu con él.  Por tanto, conocer a Dios es más que tener información acerca de Él, es intimarse con Él, es llegar a ser uno con Él, y en la medida que le conocemos, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor  (2Co 3:18). Por tanto, somos transformados, el conocimiento de Dios nos hace crecer en Dios y  vamos creciendo a su semejanza, a su similitud. El conocimiento de Dios no es  mecánico, no es llenar la cabeza de información acerca de Él, sino ir asimilando a Dios de tal manera que cuando llegamos a una plenitud es porque ha sido absorbido en nosotros por el Espíritu Santo.

Cristo es el instrumento de Dios para darse a conocerle.  A Dios nadie le ha visto jamás pero el unigénito del padre vino a darle a conocer. Dice el escritor de la epístola a los hebreos que Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo  (Hebreos 1:1-2). Jesús conmovido en espíritu alaba al Padre y da gracias porque la revelación de su persona y los misterios del reino, Dios los escondió de los sabios y entendidos y se las reveló a los niños, o sea, a los necios e ignorantes para avergonzar a los sabios y fuerte. Y  “… nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). El Padre ha escondido todas estas cosas a la vista del intelecto humano para que nadie se jacte en su presencia, y sea humillada toda altivez y toda jactancia, y sean abatidas hasta el polvo en cambio se ha revelado a los humildes.

La revelación es una gracia de Dios.

Nadie puede por sí mismo conocer a Dios. De hecho, no hay tal cosa como pretender descubrir a Dios como un hallazgo científico, porque Dios se revela a sí mismo. Tomemos en cuenta que Dios es Espíritu y nosotros somos materia. Dios es omnipresente, Él está en todo lugar, pero nosotros, como materia, estamos limitados al tiempo y al espacio, y aun si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz, a distancias astronómicas del sistema solar, hacia galaxias y constelaciones del universo con el objetivo de encontrarlo, no lo hallaríamos. Sin embargo, la revelación dice que ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros  (Hechos17:27). Dios se hizo cercano a través de nuestro Señor Jesucristo, porque quiso darse a conocer.  Y ahí está la maravillada de la gracia de Dios. La declaración de Simón Pedro, cuando respondió a Jesús sobre quién decían sus discípulos que era El?: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat 16:16), mostró que este hombre estaba lleno del Espíritu Santo,  y Jesús se dio cuenta que algo había pasado en Pedro en ese instante, que éste había sido bienaventurado al recibir un conocimiento que solo por revelación se conoce.

Todo lo que la Biblia dice acerca del evangelio es por revelación.

Dios e revela a quien el se quiera revelar. Así como usted no se desnuda delante de todo el mundo, sino delante de un amigo, o alguien con quien usted tiene intimidad, Dios tampoco se desnuda delante de todo el mundo. La comunión íntima de Dios es con los que le temen, únicamente a ellos les da a conocer su pacto, a los que le aman, a los que el Padre eligió y conoció antes de la fundación del mundo. Si Dios se ha revelado a ti a través de Jesucristo  tienes que vivir dando gracias a Dios por su Hijo y por esa revelación porque es una gracia de Dios. No es por obra para que nadie se gloríe, ni es por el intelecto para que nadie se jacte. La vida eterna es fusionarse con Dios, y su gloria es conocer al Padre. Esta revelación es un don de gracia a través de Jesucristo y la Palabra de su poder.

Notas tomadas de la serie “Conociendo a Dios” del pastor Juan Radhamés Fernández.

Para obtener la serie completa visite: Conociendo a Dios

CategoryArtículos

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