Fiel al que nos Constituyó

“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo. Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza” – Hebreos 3:1-6 R60

El escritor de la epístola nos hace un llamado a ser fieles al llamamiento santo. Tenemos un compromiso de ser fieles al que nos llamó y nos constituyó. Si tomamos la ilustración de la cita de Hebreos, una casa la forman el padre, los hijos, los siervos y los jornaleros. Los jornaleros no tienen ningún vínculo con el dueño de la casa ni con la casa. Sólo trabajan por un salario. La casa de Dios es la iglesia. Nosotros como cristianos no somos jornaleros, sino siervos. Por tanto debemos ser hallados fieles.

El autor de Hebreos contrasta a Moisés con Jesús, haciendo conjuntamente una analogía entre el Antiguo Testamento con el Nuevo, para explicar que el Nuevo Testamento es superior. Moisés fue hallado fiel en toda la casa de Dios, como siervo. Mas, consideremos a Jesús, entonces, mediador del nuevo pacto, como Hijo, también como apóstol (enviado por el Padre) y como sumo sacerdote, el cual traspasó los cielos y se presentó ante el Padre. Nosotros como ellos tenemos dos oficios: como siervos y como hijos; en los dos debemos ser hallados fieles.

Todo aquel que ha creído en la gracia se siente deudor, siente agradecimiento por lo que Dios ha hecho en sus vidas. Antes servíamos al pecado, ahora hemos sido dignificados para ser ofrendas para Dios y llamados a presentar ofrendas delante de Él. Por tanto, si nos sentimos deudores, seremos fieles mayordomos del Señor. El pecado nos hizo enemigos de Dios, pero apóstol Pablo se hizo doble pecador porque perseguía a la iglesia, pero al recibir la gracia, el que estaba primero en la indignidad era el primero en la gracia, para manifestar su misericordia y enviarlo a los gentiles.

El amor de Dios no se puede pagar ni tampoco la gracia, pero esta última se puede reciprocar. La gloria revela quién es Dios, su grandeza, pero también revela quién es el hombre, un vil pecador. Muchas veces miramos quién es Dios, pero no consideramos quiénes somos nosotros. Todos los hombres que contemplaron la gloria de Dios se sintieron indignos, deudores, que no merecían nada, pero Dios lo ha dado todo. Eso es lo que a nosotros nos hace deudores y nos infunde un deseo de agradarle. Una persona que ha tenido un encuentro genuino con Dios y medita en ello, le surge un sentimiento de deuda y compromiso con Dios.

Es el caso de José que llegó a la casa de Potifar que lo hace mayordomo de toda su casa. En el momento de la prueba, José consideró dos cosas: la honra que le dio su amo y la honra que le debía a Dios a quien servía. Y luego, cuando Dios promueve a José y lo lleva de la cárcel al reino, Faraón se desentendió de todo y le entregó a José el reino en sus manos. José fue fiel al que lo constituyó, entregando todo Egipto a Faraón. Mas, es interesante la actitud de José en el momento en que su familia acudió a Egipto por ayuda. Él no se aprovechó de su posición para coger la mejor parte, sino que lo dejo en manos de Faraón. Eso mismo pide Dios de nosotros, que usemos todo lo que Dios nos da para honrar al que nos constituyó.

Consideremos a Jesús y tomemos su ejemplo. Creemos en el apostolado porque fue uno de los cinco ministerios que Cristo dio a los hombres para ser enviados. Apóstol significa enviado. Hay quienes se hacen llamar apóstol, pero ni tienen el llamado ni tienen las señales. Jesús dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21 R60). Es decir, nosotros tenemos un apostolado. Cuando Adán y Eva fueron creados, la mujer fue creada como ayuda idónea que significa su propia presencia. Así la iglesia debemos representar al Señor como si fuera Él mismo, siendo ayuda como su propia presencia. La iglesia como ayuda idónea nunca debe actuar independiente a la sujeción a Cristo.

Jesús siendo uno con el Padre, se sometió en todo al Padre. Aun en el Getsemaní se negó a sí mismo, para obedecer el mandamiento que había recibido del Padre. Y si Jesús siendo lo que es, como apóstol enviado del Padre se sujetó fielmente al Padre, nosotros como iglesia somos una extensión del ministerio de Cristo, embajadores del reino de Dios. Por eso debemos vivir de acuerdo a ese reino. Jesús aun siendo honrado a la diestra de Dios, siguió mediando a favor nuestro. Miremos a Jesús y reconozcamos que tenemos un compromiso con el que nos constituyó. Así como la mujer es gloria del varon y el varon gloria de Dios, como imagen y semejanza, la iglesia es la desposada del Cordero. La iglesia procede de Cristo, carne de su carne, huesos de sus huesos, por eso, es su cuerpo. La iglesia ha sido encomendada  a representarlo.

Nosotros, como iglesia, no podemos confundir al mundo hablando de nosotros mismos. El que habla de sí mismo, su propia gloria busca. Daniel en Babilonia fue fiel al que lo constituyó, y a riesgo de perder su propia vida decidió obedecer a Dios ante que a los hombres. Jesús nos trazó un camino de cómo servirle a Dios, a través de su vida y su ministerio. Cristo no solo nos sustituyó para redimirnos, sino para que sigamos sus pisadas. Cristo agradó al Padre en todas sus funciones, como Hijo y como siervo. Cuando Josué fue encargado de repartir la tierra a las doce tribus de Israel, no le dio heredad a los levitas, porque el sacerdocio de Jehová era su herencia. Esa es nuestra recompensa también, servir a Dios, por lo cual no podemos buscar prestigio, fama, etc., sino entender que el mismo servicio es nuestra riqueza.

De la manera como Moisés sopló sobre los 70 ancianos para impartirle su dignidad, así Jesús sopló sobre los doce discípulos, y en nosotros, pues somos cristianos porque venimos de Cristo.  Pero así como los 70 ancianos no fueron sustitutos de Moisés, así la iglesia no sustituye a Jesús, sino que lo representa. Jesús se sustrae de Él mismo para que la iglesia lo represente.

De la parábola del mayordomo infiel, de Lucas 16:1-6, podemos decir que todos nosotros somos mayordomos de Dios. Al siervo infiel en este relato se le alaba su sagacidad, para que el creyente tome de su ejemplo y use lo que tiene en el presente para recibir las celestiales. El mayordomo infiel fue in disipador, pero le daba vergüenza mendigar, le daba vergüenza la deshonra, pero no le daba vergüenza el perder la honra. Ser infieles a Dios es tener deshora. También, éste se aprovechó de lo que administraba para ganar amigos, y ellos lo recibieran en sus casas. Usar el ministerio para ganar amigos, invitar a quienes nos inviten, etc., no es honrar el ministerio. Dios nos manda a actuar diferente a como este mayordomo actuó. Cristo es nuestro ejemplo y nuestro testimonio, seamos fieles al que nos constituyó.

Notas tomadas de la serie de estudio “Fiel al que nos Constituyó”  1-5 del pastor Juan Radhamés Fernández. Para los mensajes completos visite: https://vimeo.com/album/2917398

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