La Misericordia de Dios
“Pero yo cantaré de tu poder, Y alabaré de mañana tu misericordia; Porque has sido mi amparo Y refugio en el día de mi angustia. Fortaleza mía, a ti cantaré; Porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia” – Salmos 59:16-17
Las misericordias de Dios son muchas, grandes, firmes, seguras y perpetuas; nunca decaen y son nuevas cada mañana (Salmos 119:156; Isaías 54:7; 55:5; Salmos 25:6; Lamentaciones 3:22-23). Las mismas se manifiestan en su grande salvación, cuando nos hizo renacer a una esperanza nueva y viva. Si considerásemos los vocablos Jesed y eleéo del idioma hebreo y griego respectivamente, los cuales en la Biblia se traducen como misericordia están relacionados con las palabras: bondad, amor constante, gracia, pacto, compasión, benevolencia, fidelidad y devoción. Si bien, podríamos mencionar acciones que el hombre ha tomado a favor de otros que podrían definirse como actitudes misericordiosas y benevolentes, sin embargo, si analizáramos sus verdaderas intenciones y motivaciones tendríamos que concluir que sólo han sido actitudes, porque la misericordia, per se, es un atributo absolutamente divino, ya que el único que puede actuar con la pureza, la fuerza, la constancia, el desinterés, el compromiso, la fidelidad, y el amor que necesita una acción de esa índole es Dios.
No es extraño que dicho término se usa en el Antiguo Testamento 240 veces, de las cuales con más frecuencia en el libro de los salmos. Y es que es imposible conocer las misericordias de Dios sin conmoverse en espíritu y expresar como el salmista, a viva voz: “Alabad a Jehová, porque él es bueno, Porque para siempre es su misericordia. […] Alaben la misericordia de Jehová, Y sus maravillas para con los hijos de los hombres. Exáltenlo en la congregación del pueblo, Y en la reunión de ancianos lo alaben. […]Porque grande es hasta los cielos tu misericordia, Y hasta las nubes tu verdad” (Salmos 136:1; 107:31-32; 57:10). Mas,“¿Quién es sabio y guardará estas cosas, Y entenderá las misericordias de Jehová?” (Salmos 107:43). Su misericordia no depende del que quiere ni del que corre, sino del que dijo: “… tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Exo 33:19). No obstante, Dios hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45). Si bien la misericordia de Dios hacia toda la humanidad se limita a su existencia presente, por tanto es temporal (Exo 34:7), para sus elegidos es eterna (Salmos 55:3).
La misericordia sólo se refleja en una acción divina.
Para el misericordioso Dios la misericordia no es solo una simple promesa o benevolencia hacia el que ama, sino un compromiso, un pacto firmado con sangre y el sacrificio de su propia vida. Esta gran misericordia divina llegó a la culminación de su manifestación en el sacrificio de su propio Hijo, que es como decir el suyo mismo, pues “… Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…” (2 Corintios 5:19). En Cristo,
Dios engrandeció su misericordia sobre los que le temen (Salmos 103:11).
Mas, no nos equivoquemos; reconozcamos que ninguno de nosotros merecíamos la misericordia de Dios, porque “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Rom 3:10-12). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)…”(Efesios 2:4-5), ¿y qué es la gracia, sino el regalo de la misericordia inmerecida de Dios? Su misericordia nos salvó, nos regeneró y nos renovó en el Espíritu Santo (Tito 3:5); nos hizo “vasos de misericordia” (Romanos 9:23) y ahora somos llamados hijos del Dios viviente. Lo que antes no éramos, ahora somos, ¿por qué? Por su gran misericordia. Amados, la misericordia de Dios transciende más allá de nuestra existencia, se extiende más allá de nuestros pensamientos, se ensancha más allá de nuestro entendimiento. Es demasiado sublime… demasiado maravillosa… Difícil de comprender… “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom 11:33). Él es el Padre de misericordias y Dios de toda consolación (2 Corintios 1:3). No obstante, entendemos que en esa misericordia va envuelto un compromiso, y es el de ser íntegros en nuestra mayordomía como cristianos. Por eso, nuestra congregación, en el mes de septiembre, por la guía del Espíritu Santo, dedica una ofrenda de humillación y ayuno, el día 25, en la presencia de nuestro Dios. Esto no lo hacemos como una resolución de principio de año, pues el Señor nos ha enseñado a no actuar como resultado de resoluciones, sino por la fe en la voluntad de Dios manifiesta para nosotros, luego de Él haber levantado un memorial profético con el cual nos marcó como ministerio . Por eso, a esa santa voluntad nos sometemos como iglesia local y nos dejamos guiar por el Espíritu Santo, para que él haga lo que él quiera con nosotros.
Sólo Dios conoce nuestros corazones.
Por eso dedicamos este tiempo para rasgarlo delante del Rey de reyes y Señor de señores, y si hay engaño, Él nos perdone; si estamos extraviados, confundidos, mal orientados, mal enseñados, Él nos vuelva al camino; si hay indisposición en nuestros corazones para el servicio, para adorarle o para honrarle, Él nos ayude y nos imparta lo que necesitamos. Nosotros somos sus siervos y no queremos perder nuestra utilidad en el propósito santo de Dios. Reconocemos que necesitamos convertirnos a nuestro Señor con todo nuestro corazón, con ayuno, lloro y lamento, para que el evangelio deje de ser una teoría, un sumario de palabras huecas y bonitas en nuestras vidas, sino lo que verdaderamente es: compromiso con Dios. Anhelamos vivir como vivió Jesús, el Hijo de Dios, como vivió Saulo de Tarso, como vivieron los doce discípulos que dieron sus vidas hasta la muerte, como vivieron los padres de la iglesia y los mártires, los reformadores, porque somos el santo linaje de Dios, en este mundo. Eso es lo que el Espíritu enseña en la santa palabra, y nos exhorta y amonesta para que no perdamos el Camino. Y aunque nuestra carne rehúse, resista y se sienta triste, avergonzada, afrontada, confrontada, no queremos que el Señor baje sus estándares, sino que nos dé la capacidad para vivirlos. No queremos que el Señor quite de nuestros hombros la cruz, sino que nos dé la fuerza para llevarla, negándonos a nosotros mismos y siguiéndolo a Él, levantándola como una señal de victoria en el Señor. Por eso hoy podemos decir:
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. […] Nos acordamos de tu misericordia, oh Dios, En medio de tu templo. Conforme a tu nombre, oh Dios, Así es tu loor hasta los fines de la tierra; De justicia está llena tu diestra. […] De las misericordias de Jehová haré memoria, de las alabanzas de Jehová, conforme a todo lo que Jehová nos ha dado, y de la grandeza de sus beneficios hacia la casa de Israel, que les ha hecho según sus misericordias, y según la multitud de sus piedades” (Lam 3:22-23; Salmos 48:9-10; Isa 63:7).
Toda la gloria sea para el Señor Dios nuestro Rey. ¡Aleluya! Amén.
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