Señales de una Iglesia Saludable

El deseo del corazón de Dios es que su iglesia, en toda nación, tribu, lengua y pueblo, sea saludable. El nos ha dado Su Espíritu Santo, y Jesús oro al Padre que esté con nosotros para siempre. Por tanto, el Espíritu de verdad ha estado con nosotros en estos 20 siglos y no se apartará hasta llevarnos al propósito que Dios se ha trazado, porque él prometió que rogaría al Padre para que nos dé otro Consolador que esté con nosotros “para siempre”  (Juan 14:16).

Tristemente, la iglesia se ha apartado y se ha divorciado del Espíritu Santo. Y así como el pecado del pueblo de Israel fue contra Jesús, el pecado de la iglesia ha sido contra el Espíritu Santo. De la manera como el pueblo judío rechazó a Cristo como Mesías, la iglesia ha rechazado al Espíritu Santo como guía. La iglesia en sentido general ha querido tomar su propia iniciativa y ha hecho su propio gobierno. Entendemos que en la iglesia siempre ha habido un remanente fiel, conformado por gente piadosa, temerosa de Dios, sometida a Dios, pero lamentablemente no son la mayoría.

 Dios siempre ha querido que su iglesia vaya de gloria en gloria, y de victoria en victoria. De ninguna manera ha sido el deseo de Dios que su iglesia cayera en toda esa apostasía en que ha caído a través de los siglos. Es innegable que el enemigo entró a iglesia y sembró cizaña entre el trigo (Mateo 13:24-43), y como aquellos hombres dormidos, la iglesia ha dado lugar a esa obra, divorciándose del Espíritu, y confiando en sus propias obras, en su inteligencia y en todo lo que es humano. La iglesia se ha dejado seducir por los espíritus de los reyes de la tierra.

Sin embargo, Dios dejó un modelo en el libro de los Hechos de los Apóstoles para mostrar las características de una iglesia conforme a Él, sometida a la dirección de Su Santo Espíritu. Podemos afirmar que este relato es un testimonio escrito para nosotros, para nuestra enseñanza, de una iglesia que agradó a Dios, de una iglesia que a pesar de las tribulaciones que sufría, en aquellos días, sus hechos nos muestran un patrón: Dios actuando  y la iglesia correspondiendo a la participación del Espíritu Santo; el diablo oponiéndose, Dios operando y la iglesia sometida y siendo consecuente con el Espíritu. Esto dio como resultado el triunfo de la iglesia sobre el maligno. Y aunque el diablo se opuso y trató de detenerla, no lo logró, todo lo contrario.

Dios es el mismo y nunca cambia. Si la iglesia hubiera seguido este ritmo en el Espíritu, hoy, 20 siglos después, ya estuviéramos en el cielo. Y no me refiero a habernos ido con el Señor, porque es necesario que Él vuelva, pues ese día está señalado por el Padre y su voluntad es soberana y perfecta. Pero al decir que ya estaríamos en el cielo implico que la iglesia nunca hubiera sido hollada por los hombres como ha ocurrido, pues Dios ha dicho que su pueblo nunca será avergonzado. La iglesia ha sido llamada a reinar, a estar arriba y no abajo.

La gloria de Cristo fue su resurrección. El venció al pecado y a la muerte y se levantó entre los muertos. La palabra resurrección significa “levantamiento”, por lo que Cristo fue levantado entre los muertos, pero fue también trasladado al cielo y sentado a la diestra del Padre en las alturas. Allí fue a presentar sus triunfos al Padre Celestial y a interceder por su iglesia. Por eso la iglesia siempre debe estar en victoria, porque Jesucristo está en el cielo y el Espíritu Santo está entre nosotros.

El considerar a la primera iglesia como una iglesia saludable y modelo del propósito de Dios al llamar a los salvados a conformar su ekklesia o asamblea espiritual, no es para que idealicemos el tiempo que vivió aquella iglesia, sino para emular este ejemplo y vivamos como ella vivió. No lo veamos como un ideal inalcanzable, porque ellos no fueron superhéroes, sino hombres y mujeres como nosotros, con semejantes pasiones. De hecho, Dios no ocultó los errores de ellos, pero vemos que en las peores circunstancias, aun naturales, ellos fueron consecuentes con Dios, le creyeron a Dios, porque estaban comprometidos con la verdad de Dios. Ellos no andaban anfibiamente, como los animales capaces de vivir en dos elementos al mismo tiempo, en el agua y en la tierra seca. Ellos no vivían en dos pensamientos, sino en un solo: Cristo. Solo tenían un propósito: dejar al mundo y seguir a Cristo. Y todo eso a costo de su propia vida. Estos creyentes entendían lo que era la gloria de la salvación, lo que significaba el ser rescatado de su vana manera de vivir y lo que implicaba ser apartados del mundo para servir al Dios vivo y verdadero. Ellos estaban llenos del Espíritu y de esa santa convicción.

 Mas, es el deseo del corazón de nuestro Padre Dios y del Señor Jesucristo es que nosotros vivamos de la misma manera que la primera iglesia. Ellos no quieren que nos sentemos en las bancas de los templos a vivir una vida contemplativa como los místicos de la iglesia de los primeros siglos, quienes se apartaron a vivir escondidamente la fe, lejos del mundanal ruido. Puede que esto se vea muy sublime o espiritual, pero prefiramos la santidad de Jesucristo, de aquel que se crió en Nazaret de donde se decía no podía salir nada bueno (Juan 1:46), y en medio de la corrupción y la perversión de aquella ciudad, él se mantuvo puro. Por lo cual, siendo nosotros como él, también somos la luz del mundo y la sal de la tierra.

La fe del cristiano debe ser una fe confrontada, una fe que vence al mundo. Una fe que no se deja arrinconar ni amilanar ni acorralar por nada en la vida. Esa es la fe de Jesús y es la fe que una vez fue dada a los santos (Judas 1:3). Por tanto, esa es nuestra heredad, esa es nuestra porción, nuestro tesoro, algo que poseemos hoy, porque Dios no cambia ni hay sombra de variedad. Si quisiéramos, todos viviéramos llenos del Espíritu Santo, de manera que conformaremos una iglesia saludable la cual:

Anima a los hermanos en medio de las persecuciones y tribulaciones. Cristo fue coronado para coronarte con la corona de la vida, luego de haber sido perfeccionado en aflicción vino a ser autor de eterna salvación.

  1. Recibe aliento de Dios para alentar a sus hermanos, de manera que cuando uno es apedreado y caído agoniza, lo cubre y lo rodea; cuando uno cae lo levanta; cuando uno se desanima lo fortalece.
  2. Testifica y da cuenta de las maravillas que Dios hace en medio de ellos, y se sujetan los unos a los otros.
  3. Tiene un espíritu muy diferente, un espíritu superior con el que reconoce los dones de sus hermanos y la autoridad que ellos han recibido del cielo.
  4. Es una iglesia que está sujeta a sus autoridades, y busca consejo entre ellos.
  5. En medio de una crisis y grande discusión o diferencia, primero busca qué ha dicho el Espíritu Santo y cómo ha obrado Dios en las mismas circunstancias, antes de tomar una decisión, salvando de esta forma a la iglesia de un posible cisma o división.
  6. La Palabra de Dios prevalece sobre argumentos humanos, y la sujeción al Espíritu Santo está por encima del yo.
  7. La unidad de la iglesia es sagrada, de manera que nada justifica una división pues representa el Cuerpo de Cristo el cual no puede ser dividido ni corrompido.
  8. Entiende que la iglesia es una e indivisible.
  9. Está dispuesta a renunciar a su libertad en Cristo para no ser tropiezo a sus hermanos. La libertad tiene un precio y es la muerte del yo para glorificar la vida de aquel que vivió y dio su vida por él.
  10. Reconoce que el testimonio de Cristo delante del mundo es amor.
  11. Sabe que ninguna iglesia es independiente al Cuerpo de Cristo ni a las autoridades puestas por él, de manera que la última palabra la tiene Dios y la ultima también.

No importa los siglos que hayan pasado, nosotros somos esa iglesia. La ley de vida en Cristo Jesús está con nosotros. Hemos nacido de nuevo, hemos nacido de una esperanza viva por el Evangelio. Cristo está a la diestra del Padre, pero también vive en nosotros y su Espíritu Santo descendió para guiarnos a toda verdad. Los ángeles son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación, por lo que todas las cosas pertenecientes a la vida y la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia (Hebreos 1:14; 2 Pedro 1:3).

Somos ricos y hemos sido enriquecidos, no hay porqué vivir en pobreza, en debilidad, en decadencia, en debilidad ni en vergüenza. Estamos llamados a vivir en la resurrección de Cristo. Vivamos levantados como Cristo fue levantado de este mundo y sentado en la majestad de las alturas a la diestra de Dios. Ese es el deseo de Dios con la iglesia  y debe ser nuestro anhelo. Oremos sin cesar para que el Padre sane a su iglesia  y para que restaure la iglesia de este siglo, porque es necesario que tengamos una iglesia saludable.

 No nos desanimemos, sino sigamos adelante. No demos lugar al desaliento ni al desánimo. Levantemos nuestras cabezas porque nuestra redención está cerca y está guardada en Cristo. El Dios que no puede mentir juró por su nombre que estará con nosotros. Él hizo un pacto con hasta mil generaciones, por tanto vendrá y no tardará, vendrá por los suyos, pues ha grabado los nombres nuestros en el libro de la vida. El no se puede olvidar de su Palabra. D56s juró por su santidad, por su verdad y también por su nombre. Y si él fue fiel en el pasado lo será siempre por los méritos de Cristo.

No pongamos los ojos en lo que se ve, pues nuestra fe va más allá de lo que perciban nuestros ojos. Lo que se ve fue hecho de lo que no se veía, y lo que no se veía era el mundo espiritual al cual hemos sido trasladados. Nosotros vivimos en un mundo físico, natural, mundo de la materia y lo tangible, pero nuestro Dios es Espíritu, y nos ha hecho un Espíritu con Él. Vivamos en Espíritu y venzamos al mundo. Nuestro Señor Jesucristo quiere, antes que se cierre la gracia en este mundo y venga el juicio y el fin de todas las cosas, mostrar un testimonio a través de su iglesia. El quiere usarnos en estos días  para dar un testimonio valiente de fe. El Señor quiere levantarnos en este tiempo para callar la boca del diablo y la jactancia de los hombres impíos que se han levantado contra el Ungido, blasfemando su nombre. Dispongamos nuestro corazón y ofrendemos nuestras vidas a Dios, para que El lo logre.

Tomado de la serie de estudio “Señales de una iglesia saludable” del pastor Juan Radhamés Fernández.

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