“… para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” – 1Juan 1:3
Cuando escuché por primera vez en la iglesia la palabra koinonía me dije: «Wao, ¿con qué se come eso?» Perdona mi ignorancia, pero te confieso que duré cierto tiempo para memorizar esta palabra hasta pronunciarla correctamente, pues nunca había oído ese vocablo en español, y ya estaba aprendiendo una palabra en griego. El término se usa en la iglesia para designar las reuniones, fuera del servicio regular de adoración, en la que se come una merienda y se comparte con un grupo selecto de hermanos. En ocasiones, toda la iglesia participa en una de estas reuniones, generalmente en verano, cuando vamos a los parques y hacemos un picnic, y entre asado en asado, algunos juegan y otros conversan.
Sin embargo, yendo un poquito más profundo, a la esencia misma de la palabra koinonía encontraremos que no se suscribe solamente a una actividad eclesiástica, picnic en verano, o reuniones casuales de grupos ministeriales, sino a una operación en el Espíritu ejecutada por el Padre, para unificar a sus escogidos en su propósito santo a través de la comunión, primeramente, con él, y luego con el prójimo. Esta operación divina se manifiesta en varios aspectos preponderantes en la iglesia que nunca imaginé tuvieran que ver. Por eso te invito a que vengas conmigo y, con la ayuda del Espíritu Santo, exploremos juntos el verdadero significado de la koinonía.
Cuando empecé a escribir esta reflexión, y pensaba en koinonia, la primera cita bíblica que venía constantemente a mi mente, era: “¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación” (1Co 14:26). En este verso se nos habla de la reunión de los hermanos, pero para sorpresa mía en dicha cita no estaba contenida la palabra koinonía. El vocablo griego que se traduce como “reunís”, de reunión, es la palabra sunérjomai (4905) que significa reunirse, partir en compañía de, juntar, acompañar, agolparse, congregarse, reunirse, hasta cohabitar (conyugalmente), pero nota que no habla de comunión. Y es cierto, cuántos pueden estar juntos en un lugar, hasta dormir en una misma cama y tener sus mentes divididas, y en sus corazones estar muy lejos uno del otro.
Pensé entonces en unanimidad, sí, ¡eso es!, me dije… El modelo ideal… ¡La primera iglesia!, allí encontraré la palabra koinonía… “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. […] “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2:1, 46); o en aquel ruego del apóstol Pablo en el final de sus días, me parece verlo decir: “completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil 2:2 R60). Pero no, tampoco allí encontré el vocablo koinonía, porque lo que en ocasiones traducen en la Biblia como unanimidad o unánimes es el vocablo griego jomodsumadón (3661) que es un adverbio, algo que nos habla de forma, de hacer algo en acuerdo, con unanimidad. También es el mismo vocablo que se usa al narrar el momento de la muerte del primer mártir de nuestra fe, Esteban, mientras él describía la visión de cielos abiertos y ellos “… dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él” (Hch 7:57). Ese “a una” fue la unanimidad, el acuerdo que ellos tuvieron para golpearlo y apedrearlo hasta la muerte… No, tampoco en la unanimidad o en el acuerdo está la koinonía.
Casi me quedo sin argumentos… La cabeza me quiere estallar… Percibo algo grande que roza mi espíritu, y que no logro descifrar… Pero, entonces, ¿qué es la koinonía? El definirla ya cerraría un poco este aluvión espiritual que me sobrecoge. Mas, koinonía tampoco es algo que se puede definir en palabras per se, aunque sí podemos extractarla de ciertas relaciones y acciones entre los cristianos, porque no es algo que se suscribe a una actividad social, sino a un lazo espiritual cuyas puntas empiezan y terminan en el Señor. Por tanto, koinonía es un concepto, que, por causa de su naturaleza espiritual, se traduce en comunión, en la participación de algo indivisible como es la comunión con Dios y en Dios.
La palabra griega koinonía proviene del vocablo koinos (2839) que significa algo común, y del cual se derivan otros términos como koinonós -compañero (Luc. 5:10), koinonéo -generoso (Ro. 12:13), koinonikós -dadivoso (1 Ti. 6:18). El término koinos «común» (en su parte positiva, porque también designa a algo inmundo), originalmente significa «pertenecer al grupo», lo que Pablo usa para designar la «común fe» (Tit 1:4), y Judas nuestra “común salvación” (Jud 1:3); y de la primera iglesia se dice que «tenían en común todas las cosas» (Hch. 2:44; 4:32). En la raíz de la palabra koinonía veo dos aspectos que me hablan de una comunión espiritual y uno que me muestra una comunión material, esta última necesariamente depende de las dos primeras. Es decir, para tener koinonía con otra persona, ella y yo tenemos que tener dos cosas en común: la fe y la salvación. Partiendo de este hecho, puedo también tener en común mis bienes.
Creo que, en este punto, nuestro Maestro nos diría: “No estás lejos del reino de Dios” (Mar 12:34), porque siento que hemos llegado al meollo del asunto. La koinonía nos muestra tres aspectos importantes de la comunión: 1. La fe en Dios y en su Hijo Jesucristo; 2. La salvación que compartimos con los hermanos; y 3. Nuestra participación en el servicio a los demás. Meditemos un momento.
El vocablo griego koinonós (compañero) que también se traduce como socio (partner) designa a alguien que participa en un negocio o tiene bienes en común con otra persona. Hecho así, encontramos este vocablo en la Palabra que bien podemos sustituir de socio a compañero o participante: “sois compañeros en las aflicciones” (2Co 1:7); “si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo” (Flm 1:17); participantes de la gloria (1 P. 5:1); participantes de la naturaleza divina (2Pe 1:4). Hay otro término griego relacionado con ese vocablo cuya raíz no es koinós y es métojos (3353) que designa a alguien quien es participante, y en cuyas seis acepciones la mayoría se refieren a nuestra participación de la naturaleza divina en Cristo: somos compañeros de Cristo; participantes del llamamiento celestial; participantes de Cristo; y partícipes del Espíritu Santo (Heb 1:9; 3:1, 14; 6:4). Es esa participación de la naturaleza divina y, al mismo tiempo, esa mutualidad de espíritu con mi hermano la que nos da una comunión que trasciende las diferencias externas y temporales y produce la koinonía.
Es esa comunión la que lleva a la iglesia a una koinonía práctica. De otra manera fuera koinonitis, una actitud egoísta, centrada en nosotros mismos. En otras palabras, me relaciono contigo por lo que haces, porque eres líder, porque eres un ministro, porque eres la mano derecha del pastor, estás en el altar, etc. El asunto es que cuando una de esas condiciones desaparece también se esfuma el compañerismo, se enfría la amistad, incluso hasta termina la “hermandad”, no importa los años que hayamos compartido juntos, supuestamente unánimes. Si somos sinceros debemos admitir que allí no hubo nunca una verdadera relación o comunión. Esa oración de nuestro Señor: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jua 17:21), tiene sentido cuando verdaderamente nuestra koinonía se manifiesta en la comunión y la participación. Concluyo entonces, si nuestra koinonía carece de esta comunión con el Padre y el Hijo, de nuestra participación con el Espíritu Santo, y nuestra confraternidad o sociedad con el hermano, no sería más que una ficción teórica carente totalmente de significado. La koinonía es algo espiritual que se hace visible cuando:
- perseveramos en la comunión unos con otros (Hch 2:42)
- ofrendamos para los pobres (Rom 15:26)
- participamos en el servicio para los santos. (2Co 8:4)
- contribuimos generosamente para todos; (2Co 9:13)
- damos señal de compañerismo a los que son apartados al ministerio (Gal 2:9)
- Y de hacer bien y de la ayuda mutua no nos olvidamos (Heb 13:16)
- tenemos comunión unos con otros (1Jo 1:7)
He oído muchos mensajes, y nuestros pastores también lo dicen al predicar, que la traición mayor que hubo en la Biblia fue la negación de Pedro en el momento en que el Maestro más lo necesitaba. “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. […] Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré” (Mat 26:35; 26:33), vociferaba el discípulo haciendo alarde de su incondicional amor. Y al oírlo tan convincente, todos los demás discípulos dijeron lo mismo, y fueron los primeros en correr al enfrentar la persecución. Mas, Pedro trató de apegarse a sus palabras, y siguió a la escolta que llevaba a Jesús donde el sumo sacerdote. Entró hasta el patio, pero cuando fue identificado por los que allí se hallaban, negó a Jesús hasta con malas palabras, una, dos, tres veces, entonces fue que escucho al gallo cantar por primera vez (Mat 26:74). Sin embargo, la Biblia nunca muestra que hubo murmuración en la iglesia acerca de su conducta. Tampoco se habla que lo rechazaban, ni tampoco que lo confrontaron. Lo que dice es que fue recibido como siempre. Sí, Pedro lloró amargamente, sintió el dolor punzante del pecado, pero el amor de Dios fue superior a su caída. Y cuando digo que los hermanos lo recibieron no estoy hablando de consentir o apoyar malas conductas, sino que, a pesar del desacierto de Pedro, éste no perdió la comunión, la koinonía con sus hermanos, sino que pudo volver, y cumplir su ministerio.
Hay una palabra en el Antiguo Testamento que se refiere a la comunión de la que hemos estado hablando y es la palabra hebrea sod (5475) que denota secreto, amistad, relación estrecha y conocimiento íntimo, y solo se usa dos veces en esa connotación de intimidad. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto. […] Porque Jehová abomina al perverso; Mas su comunión íntima es con los justos” (Sal 25:14; Pro 3:32). Esa comunión intima de Dios con el cristiano se traduce en la comunión que tú y yo tengamos con nuestros hermanos en la fe. Pues como bien dice Juan: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1Jo 1:6). No hay verdadera koinonía si no tenemos comunión primeramente con Dios y luego con nuestros hermanos. Por eso el perdón de Dios es condicionado a cómo perdonamos nosotros a quienes nos ofenden.
Hasta aquí ha sido maravilloso el ver un aspecto más amplio de un concepto que me fue quedando tan superficial. He entendido que me es necesario cultivar la comunión con Dios para que mi relación con mis hermanos no dependa de circunstancias externas, sino que esté en basada en cosas tan inconmovibles como la fe y el amor a Dios. Ahora, la próxima vez que celebre la santa cena o me reúna contigo a adorar, a contribuir, a ofrendar, a compartir o a servir miraré más allá de lo tangible, para celebrar por siempre nuestra koinonia en el Señor.
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