“Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10)
De camino a mi trabajo, leí este versículo que ya había leído en otras oportunidades, pero esta vez, Dios abrió mis ojos para dejarme ver una gran verdad. Al leer “TODOS los diezmos”, me dije: Pero ¿es que hay más diezmos que darle al Señor, no tan solo dinero? De la misma forma llamó mi atención cuando dice: “… y probadme ahora en esto” y Él pone Su firma: “dice Jehová de los ejércitos”. Dios promete abrir la ventana de los cielos y derramar tanta bendición hasta que sobreabunde, para los que diezman TODO. Mas, lo contrario sucederá para que el que no diezma, es decir, los cielos permanecerán cerrados y tampoco habrá bendición para aquellos que han vuelto sus espaldas. Por tanto, el Espíritu Santo me motivó a buscar en la Palabra hasta encontrar ese tesoro que Él, por su gran amor y misericordia, quería mostrarme y que hoy comparto con ustedes.
Sabemos que todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios (Stg1:17). El diezmo consiste en devolver a Dios el diez por ciento de todo aquello que hemos recibido de Él (Gén 28:22), y por esta acción, Dios mismo promete abrir los cielos. El ABC del evangelio es diezmar tanto lo tangible como lo no tangible, y llevarlo al lugar donde recibimos comida espiritual, a la congregación donde recibimos Palabra de Dios (Deu14:22, 26). Por ejemplo, del sueldo que recibimos y de todo dinero que nos llega extra, entiéndase una herencia, un bono, etc., así como también, diezmar de nuestro tiempo, alabando y adorando a Dios, orando y leyendo Su Palabra, todo esto es parte de la enseñanza que hemos recibido de la Palabra de Dios. Pero aún hay más… a continuación presentaré, a la luz de las escrituras, el rhema para nuestra vida.
En el Antiguo Testamento nos dice que dar el diezmo de todo es una ley: “Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días” (Deu 14:22-23). En el Nuevo Testamento, leemos que Cristo vino a cumplir la Ley, y ahora Él es el cumplimiento de la ley (Heb 8:7-13). ¡Gloria a Dios! En otras palabras, Cristo está en lugar de la Ley. En la Ley se “DEVUELVEN” a Dios tres cosas:
- Grano: Este término se usa en agricultura y se refiere a semilla. En los tiempos antiguos, la ofrenda de grano se refería a llevar del fruto del campo, de aquello que habían sembrado y cosechado. Pero en el plano espiritual, la semilla se refiere a la Palabra de Dios (Luc 8:11), y la Palabra es Jesucristo, presencia de Dios en nuestras vidas (Jua 1:1-5). Hemos visto que todo lo que se diezma proviene de Él, y lo que hacemos es devolverlo (1Cr 29:14). Entonces, una persona que no ha nacido de nuevo no puede diezmar Su Palabra, porque no la tiene, pero aquel que la tiene, que tiene a Jesucristo, la presencia de Dios, y no la devuelve a Dios sembrándola en los corazones de los demás, ya sea hablada o por testimonio -TODOS LOS DÍAS-, le está robando a Dios y faltando al mandamiento que dice: “Por tanto, id, y haced discípulos…“ (Mat 28:19). Siendo así, nos constituimos en ladrones de la Palabra de Dios (Mal.3:8-9) ¡Ay Santo! No me imagino cuánto sería la multa para esa falta, aquí en la tierra, pero la Biblia nos dice que los ladrones no heredarán el reino de Dios (1Co 6:9-10). Sin embargo, aquel que la siembra no le faltará pan (Palabra de Dios), se le multiplicará, y aún más, aumentará los frutos de su justicia (2Co 9:10). En otras palabras, Dios jura por sí mismo, cuando dijo: “probadme” (en imperativo), “… si no ABRIRÉ LAS VENTANAS DE LOS CIELOS”. Cuando los cielos se abren, recibimos la revelación de Su Palabra (Jua 6:58). ¡Aleluya!!
- Vino: El vino sale de la vid, y en la Palabra representa el gozo (Hch 2:13). La vid verdadera es Cristo, y separados de Él nada podemos hacer (Jua 15:5). También el gozo el parte del fruto del Espíritu, por lo que se desprende del amor (Gál 5:22). Dios es amor (1Ju 4:8). El gozo no es ausencia de tristeza, mejor dicho, es abundancia de confianza en Dios (Neh 8:10; Sal. 28:7). Es decir, para tener gozo debemos tener al amor que es Jesucristo. Aquel que no tiene al amor, ni está pegado a la vid (Cristo), no puede diezmar gozo, y por eso no es fortalecido, porque su confianza no está en Dios, por tanto, se turba. Sin embargo, tanto aquel que no tiene a Jesús en su corazón como aquellos que lo tenemos en nuestros corazones, vamos a pasar por situaciones difíciles, de todo tipo, pero nosotros permaneceremos fortalecidos en Dios. Si bien, en ocasiones nuestra fe se tambalea frente a las adversidades, debemos hacernos la siguiente pregunta: «Ante esta situación que estoy viviendo, ¿devuelvo gozo o me lo robo?» Queda ilustrado entonces que, al desenfocarnos de nuestra confianza, estamos olvidando que Él quiere Su gozo de vuelta. ¡Oh Dios, somos deudores! Para nosotros que tenemos a Cristo, Dios nos está diciendo que lo probemos en esto, que no seamos ladrones de gozo, y le devolvamos ese fruto al confiar plenamente en Él, todos los días, sin importar las circunstancias que estemos atravesando, ya sea la muerte de algún familiar amado, cualquier miembro de la familia en la cárcel, enfermedad, quizás traición de quien menos esperamos, pasando frío en las calles o inseguridad del futuro. Él nos ordena de forma imperativa: “ESTAD siempre gozosos” (1Ts 5:16-18). “TENED por sumo gozo…. que os halléis en diversas pruebas…” (Stg 1:2-4). ¡Gloria a Dios!! Y que lo probemos en esto, porque Él abre las VENTANAS DE LOS CIELOS a favor nuestro, y nos fortalece. ¡Bendito Dios!
- Aceite: El aceite de la unción se extraía de la oliva machacada (Lev 24:2), y en la antigüedad era usado para mantener las lámparas encendidas (Mat 25:3-4). También, el aceite se usaba para ungir (Éxo 30:25). Leemos en la Palabra de Dios que Cristo fue la oliva machacada (Mat 26:30), y su sangre fue derramada para redimirnos y enviarnos al Espíritu Santo desde el cielo (1Pe 1:11-12). Entonces, una persona que no tenga al Espíritu Santo no ha sido redimida y por tanto no tiene la unción del Espíritu Santo, ni conoce todas las cosas (Rom 8:9). Siendo así, éste no puede agradar a Dios ni tener un comportamiento adecuado, pero nosotros, en cuyos cuerpos mora el Espíritu de Verdad, tenemos la unción del Santo y conocemos todas las cosas (1Ju 2:20). El Espíritu Santo y su unción nos capacita para ser fieles al Señor, en medio de este sistema corrupto, porque nuestra vasija está llena de la presencia del Señor (Sal 23:5), y podemos devolverle Su adoración. Hecho así, diezmamos a Dios, todos los días, con la ayuda del Espíritu Santo, ya que es un mandato: “Sed santos, porque Yo soy Santo” (1ra P.1:16-22). Cuando tomamos la decisión de ser fieles (adorar, llegar a la madurez), Dios nos duplica la llenura del Espíritu Santo, somos revestidos, cubiertos para soportar la prueba; pareciera como una anestesia espiritual y esto hace que fijemos nuestra mirada en el cielo, y como consecuencia, Él abre las ventanas de los cielos, se nos muestra, acepta, recibe nuestras vidas en adoración, y nos quita de la tierra, como a Esteban (Hch.7:55-59). Sin embargo, si no hacemos lo bueno, sabiendo hacerlo, somos ladrones de unción, de su fidelidad, ¡oh mi Dios, esto es muy santo!
Para reflexionar:
La ley se refiere a mandamiento. Los Diez Mandamientos se resumen en dos: relación vertical (con Dios Padre a través de Cristo), y relación horizontal (con los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, el otro Consolador). Cuando diezmamos, estamos mostrando ambas comuniones y a esta actitud se le llama adoración. Esa adoración nos hace sabios, porque aprendemos a temer a Jehová todos los días (Pro 1:7; Mat 10:16-22). Si los cielos están cerrados es porque no hemos devuelto los diezmos de TODO, como lo hizo Abraham (Heb 7:2).
ORACIÓN:
Padre, gracias por tus misericordias que se renuevan cada mañana, y por Tú bondad que ha evitado seamos consumidos (Mal. 3:6-9). Confesamos nuestros pecados, perdónanos, límpianos más y más de toda maldad, y purifícanos de nuestras faltas. ¡Oh Padre!, restaura nuestra vida espiritual con el fin de ser obedientes a tu Palabra todos los días, llegar a la madurez, y adorarte en Espíritu y verdad, en el nombre de Jesús (1Ju 1:9; Neh 13:12).
Colaboración: Vianelli Ortiz
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