Estás de pie y de pronto se abre frente a ti un hermoso panorama, un paraíso, el Edén. Flores hermosas, de todas las índoles, te dan la bienvenida. El río corre, travieso, alimentando aquel huerto, mientras el trino de los pajaritos, pone música a todo el lugar. La grama verde, refresca tus pies descalzos, que al contacto con la frescura de la tierra se avivan. Levantas la vista y das otro vistazo, y allá a lo lejos ves los árboles frutales, abarrotados del fruto, dulce y jugoso… Mangos, guayabas, higos, cerezas, manzanas, naranjas, Mmmm…¡Qué delicia! Ya empiezas a correr para tomar algunos de ellos, pero te paraliza el león echado debajo de aquel árbol, y notas que le pasan por el lado dos ciervas y no les da ningún zarpazo… Recobras la calma, y te das cuenta que todos los animales se mezclan sin ningún conflicto, y se pasean en parejas por todo el lugar. Entonces, es cuando por primera vez observas que hay alguien allí, recostado de una palma, aspirando al aire saludable y mirando al cielo azul con una sonrisa en sus labios… Era Adán, rodeado de tanta belleza, pero solo… ¡Qué desperdicio! Disfrutar de tantas cosas hermosas, pero sin tener alguien como él con quien compartirlo…

 

Sí, ese mismo sentir lo tuvo el Hacedor, por eso dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gén 2:18). Cuando decimos idóneo nos referimos a persona o cosa adecuada y apropiada para algo. Este adjetivo que expresa la cualidad y propiedad de algo, si lo unimos a la palabra ayuda (acción que auxilia, coopera, socorre), podemos definir que ayuda idónea es algo que te auxilia, coopera, te socorre de una manera adecuada, apropiada, necesaria. Eso que se ha traducido como “ayuda idónea” es el término hebrero ézer, y ahora estamos frente a la intención, al motivo del corazón de Dios al crear a la mujer. Jehová Dios buscaba una ayuda para el hombre, alguien que fuera semejante a él, para que pueda ayudarle, socorrerle, rodearle, complementarle. Hasta ese momento el Creador no halló a nadie ni a nada creado que pudiera ser una ézer para Adán (v. 20). En ese sentido, Dios estaba buscando a alguien con la misma esencia, presencia y dignidad del varón.

La mayoría de las interpretaciones bíblicas traducen el término ézer como “ayuda idónea” (help meet -King James Version- or helper fit), y el problema no está tanto en la traducción, sino en la aplicación, pues se emplea con una connotación de inferioridad, implicando subordinación, inferioridad, algo totalmente alejado y contrario a la intención de Dios, como ya hemos visto. La expresión original hebrea fue ézer négued (help suitable traducción de un inglés antiguo), que denota ayuda semejante a él, apropiada. Según estudiosos del tema, han encontrado evidencia de que el vocablo hebreo ézer, originalmente tenía dos raíces, las cuales, al paso del tiempo, fueron desapareciendo. Estas dos raíces significan “fuerza” y “poder”. Y es que para alguien ayudar a otro debe tener las mismas cualidades o el complemento que lo hace al otro necesario. Algo sencillo, un ayudante de cocina, por ejemplo, tiene que saber cocinar como el cocinero principal o chef, de otra manera, no sería ayuda, sino tremendo perjuicio.

Por otra parte, el vocablo hebreo négued significa “parte opuesta” y, entre otros términos, encontramos específicamente “contraparte o cónyuge”, así como “opuesto”, “en frente”, “adelante”, y “como su propia presencia”. ¡Wao qué hermoso! Este último significado nos muestra que Dios quería para Adán alguien semejante, pero distinto, alguien opuesto que fuera un complemento, alguien que sería como su propia presencia. De otra manera hubiera hecho otro hombre, ¿no? Pero Dios hizo una mujer (ézer négued). La tomó de la costilla del varón, simbolizando que la mujer era parte de él, y al mismo tiempo, lo que lo complementaría. Adán lo entendió perfectamente, porque dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Gén 2:23). Como ves, Adán no tuvo ningún problema al recibirla, al contrario, pienso por su expresión que se alegró tanto que hasta profetizó y dijo: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gen 2:24). Es decir, estarán tan y tan unidos, que siendo dos se harían uno, de manera que no se verán las diferencias. Adán estaba viendo como ve Dios.

Si diéramos una mirada más profunda al termino ézer, está muy relacionada con el vocablo azár que se traduce como ayuda, socorro, amparo, aliado, ayudantes, auxilio, entre otros. El termino hebreo ézer se usa 21 veces en las Escrituras. La primera en que aparece es en Génesis, donde se usa dos veces como “ayuda idónea” y es refiriéndose a la mujer. Luego, aparece en palabras compuestas como “roca de ayuda” (eben-ézer); “Mi hermano es ayuda” (Ahí-ezer) “desvalido” (Jezer); y “Dios de ayuda” (Eliézer). La encontramos 3 veces para referirse a las ayudas (poder político y ejércitos), donde el pueblo de Israel se recostaba (Eze 12:14; Dan 11:34; Ose 13:9). Pero su uso mayor (16 veces) es refiriéndose a Dios como el Ayudador, el que sustenta y socorre a su pueblo. No perdamos la oportunidad de recrearnos en algunas de estas citas:

  • “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra” (Sal 121:1-2).
  • “Nuestra alma espera a Jehová; Nuestra ayuda y nuestro escudo es él” (Sal 33:20); “Yo estoy afligido y menesteroso; Apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tú; Oh Jehová, no te detengas” (Sal 70:5);
  • “Oh Israel, confía en Jehová; Él es tu ayuda y tu escudo” (Sal 115:9). “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, Cuya esperanza está en Jehová su Dios…” (Sal 146:5).

Es maravilloso comprobar, a la luz de la Palabra, que Dios al crear a la mujer, usara un término que fuere tan relevante a Él, el verdadero ézer del ser humano. La mujer tendría la fuerza y ​​similitud del hombre, para ser su ayuda como lo es Dios; alguien similar a él y que corresponde a él. ¡Aleluya! Tanto así, que, al crear al ser humano, Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gen. 1:26-28). Nota el énfasis, “los bendigo” y “les dijo”, no fue solo a Adán, sino a ambos. Claro, como dice el apóstol, la mujer fue creada por causa del hombre (Adán) y el hombre fue creado primero (1 Corintios 11:8-9), de manera que Adán les puso nombre a los animales, etc. antes que Eva existiera (Gén 2:7-17). Reconocemos que ahí hay un mérito, una honra. Pero tanto la autoridad como el señorío sobre lo creado se los dio Dios a los dos, al varón y a su hembra, como ya hemos visto, porque era una labor que realizarían juntos, mancomunadamente, para Dios.

Delante de Dios la mujer no está situada en un rango más bajo que el varón. Continuar usando una interpretación limitada de las Escrituras, para apoyar ideologías defectuosas y jerárquicas de género, lo estamos haciendo sin Dios, pues ya hemos visto claramente que Dios no lo hizo así. La mujer es diferente al hombre, sí, pero al mismo tiempo “similar a él” y “correspondiente a él” (ézer négued). Esa precisamente es la causa y la razón de haber sido creada.

La mujer en el orden de Dios

El pecado definitivamente nos hirió en el calcañar (Gén 3:15). No es un secreto para nadie que el papel de la mujer, en la sociedad, aparte de ser objeto sexual, está llena de prejuicios. Pero en la iglesia, no son menos los cuestionamientos en cuanto al papel de la mujer en la iglesia, y pareciera que nos vieran a través del lente de Eva y no de Cristo. Por eso, en ocasiones me pregunto, cuántos hombres que han recibido la misericordia de Dios de presidir en una iglesia tendrán que dar tanta cuenta a Dios por impedir a muchas mujeres fluir en los dones que Dios les ha dado, para edificación de su iglesia. Especialmente, cuando el modelo original, dado por Dios, tanto en el hogar como en la iglesia y la sociedad, muestra mutualidad en lugar de jerarquía, complemento en lugar de un remiendo, y unidad en la heterogeneidad.

Dios es un Dios de orden, y él ha establecido un orden en su reino, mas no de posiciones, sino de rangos. Y el rango, a su vez, no es por jerarquía, sino por excelencia, eminencia, propósito. Cuando le preguntaron a Juan el bautista sobre Jesús, él dijo: Éste es aquél de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo” (Jua 1:30). Para Juan, Cristo tenía un rango mayor que él porque era antes que él. Así Adán era primero que Eva, por tanto, tenía un rango mayor que ella. En los rangos del reino de los cielos, Cristo tiene la preeminencia en todo, porque él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, pero también él es el principio y el primogénito de entre los muertos (Col. 1:18), ese hecho no deja al Padre ni al Espíritu Santo en un escalafón más bajo. En cuanto a nosotros: Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1Co 11:3), en ese orden, la mujer debe estar sujeta a su marido como al Señor. La palabra sujeta es el vocablo griego jupotásso que implica subordinación, pero no implicando servidumbre o humillación. Esta palabra, dentro de sus diferentes significados tenemos que es un término militar griego que significa «organizar las tropas, por divisiones, bajo el comando de un líder». Una tropa obedece la voz de un mando, no dos mandos. En ese sentido, el hombre ha sido puesto por Dios como líder, la mujer es la segunda al mando. En el uso no militar nos habla de una actitud voluntaria de ceder, cooperar, asumir la responsabilidad y llevar una carga. Cuando la mujer entiende el orden que ocupa en el reino de Dios la sumisión no le es ominosa, sino agradable, porque reconoce que más que jerárquica es espiritual.

No obstante, si el principio de sumisión entre los cónyuges no se ve a través del corazón de Dios, la mujer se rebela y no respeta a su cabeza, y el hombre atropella y abusa de la mujer. No nos es extraño, por tanto, el ver que la Palabra manda al hombre a amar a su mujer, y a la mujer a sujetarse a su marido (Efe 5:24-28, 33). Es una cuestión de orden Y mira como concluye el apóstol: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1Co 11:11-12). El hombre y la mujer tienen un rol diferente en el propósito, pero delante de Dios son iguales en dignidad.

Dios nos hizo discípulos, y nos mandó a hacer discípulos, sin acepción de personas. La palabra dice que Cristo “… subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres […] Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe 4:8,11-12), y la palabra que se traduce aquí como “hombres” es el vocablo griego anthropos que se refiere a hombre o mujer, a una persona, a un ser humano. Es la misma palabra que usa el apóstol Pablo cuando instruyó a Timoteo y le dice: “Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga (confía) a hombres fieles que sean capaces de enseñar también a otros” (2Ti 2:2). En contraposición con anthropos, cuando se refiere al sexo masculino, específicamente a un varón, el vocablo que se usa es arsen y aner (Rom 1:27; Luc 23:50), también como marido (Luc 1:26). En cambio, cuando se refiere al sexo femenino o hembra se usa el término thelus (de pecho) (Mat 19:4; Gál 3:28); y para mujer casada se usa gunes (Mat 1:20). De hecho, el término “fieles” que se usa aquí es el vocablo griego pisto que se traduce primeramente como fiel, y nos habla de digno de confianza, confiable, creyente. Y qué interesante que uno de sus usos designa a la mujer creyente, la cual se usa en 1 Timoteo 5:16. En fin, tanto hombres como mujeres (anthropos) creyentes, si hemos recibido del Señor el don y la capacitación para enseñar, y somos dignos de confianza, personas fieles y confiables, deudores somos a esa gracia, pues por la gracia del Señor somos lo que somos (1Co 15:10).

Y creo que es oportuno aclarar que el presente artículo no es un panfleto feminista ni una concepción patriarcal que pretende resarcir o mantener a la mujer en uno u otro estereotipo. No es mi intención de elevar a la mujer sobre el hombre ni tampoco tengo la autoridad de determinar la función de la mujer en una iglesia local, especialmente cuando el tema lo que trae es una pugna de poder y despotismo. Tampoco es una reacción a algo o a alguien, pues me gozo que en nuestra iglesia tenemos el gobierno de Dios representado en el presbiterio por hombres de Dios, y la mayoría de los líderes ministeriales, profetas y diaconizas son mujeres quienes, al ministrar -no solo en un mensaje, sino con sus vidas- nos edifican e inspiran. Por tanto, este artículo es solo una panorámica sobre la mujer a la luz de las Escrituras, en cuya semblanza ella es una bienaventurada. De hecho, del Antiguo Testamento podríamos nombrar muchas mujeres destacadas las cuales nos enriquecieron con sus vidas y testimonios, como Débora, Ana, Ester, Rut, y hasta la intrépida Rahab y la sabia Abigail, entre muchas que el mismo Jehová Dios les dio esa honra.

Incluso, cuando Israel se apartó de Jehová, y rompió el pacto, el profeta con celo santo pedía al Señor levantarse y confrontar al pueblo infiel, idólatra y rebelde. Miqueas convocó al cielo, a la tierra, y a los montes y collados para que vinieran a ver y ser testigos del pleito de Jehová con su pueblo. Sin embargo, cuando Jehová les habla empieza diciéndoles: Pueblo Mío, ¿qué te he hecho, O en qué te he molestado? ¡Respóndeme! (Miq 6:3 NBH). ¡Dios mío que dulzura! Es para caer en hinojos arrepentidos. Mi hermano, no sé si me estoy haciendo entender, pero el pecado de Judá era grave, habían dejado al Dios verdadero para ir a adorar ídolos, practicaban la hechicería y todas las costumbres de los pueblos paganos que Jehová había echado de ese lugar por esas mismas razones, y les había dado la tierra a ellos. Jehová podía bajar fuego del cielo y consumirlos a todos, sin embargo, quiso razonar con ellos, apelar a sus conciencias… Y en su apelación le menciona lo que él había hecho por ellos diciéndoles: Pues Yo te hice subir de la tierra de Egipto, Y de la casa de servidumbre te redimí, Y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a Miriam” (Miq 6:4 NBH), o sea a María (RV60). En otras palabras, el pueblo de Israel no tenía motivos ni razón para haber invalidado el pacto, ya que Jehová no les había fallado, y el argumento divino era que los libertó de la esclavitud de Egipto, los redimió en el sentido que les compensó todos sus años de servidumbre con bendiciones y prosperidad en la tierra prometida, y les dio unos líderes excepcionales, temerosos de Dios que los llevaron al mismo corazón del propósito: a Moisés como su mediador, a Aaron como el sumo sacerdote y profeta, y a Miriam o María, como profetiza y ejemplo y guia de las mujeres (Éxo 15:20-21). Ahí Dios coloca a María a nivel de Aaron y Moisés… ¡Santo! ¡Cuánto necesitamos de ese carácter, de ese Espíritu divino! ¡Ay, si conociésemos el corazón de nuestro Dios! Es algo que me conmueve, y me asombra que siendo él tan celoso de su gloria, nos da una participación en su obra, siendo él el que en realidad lo hace todo. Y nosotros todavía hoy peleando por el primer lugar…

La mujer en el Nuevo Pacto

Desde el principio, aun en la sentencia que le dio a Eva, Dios ha dejado ver la intención de su corazón hacia la mujer. Y como dijo Jesús, por la dureza del corazón del hombre (Mat 19:8), ella ha tenido que sufrir por las costumbres enmarcadas en el pensamiento cultural y tradicional de aquel tiempo, con los que se ha denigrado a la mujer hasta hoy, por causa del pecado. Pero llegada la nueva dispensación, a la luz de las Escrituras, la posición de la mujer ha sido redimida y dignificada por Cristo Jesús, en el reino de los cielos, donde el ser primero no implica ser más importante, sino ser primero en humildad, en obediencia y en servicio, y de eso ninguno podemos ufanarnos, sino que seguimos al blanco, a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil 2:5-9; 3:14; Mat 20:25-28).

Llegado a este punto, es imposible dejar de mencionar los versículos en las epístolas paulinas que han sido tomados, en algunas iglesias, como fieros argumentos de la misoginia o rechazo hacia la mujer en posición de autoridad, no solo por hombres que tienen arraigados prejuicios en contra de la mujer, sino por las mismas mujeres que sitúan a la mujer en posiciones subalternas, negándoles toda posibilidad de liderazgo o servicio en la iglesia. Unos de estos pasajes es 1 Corintios 14 donde el apóstol Pablo estaba instruyendo a la iglesia en Corinto en la usanza de los dones. En este caso, les hablaba que no prohíban profetizar ni hablar en lenguas, sino que lo hagan decentemente y con orden, como se hace en todas las iglesias (v. 33). Y en ese contexto, dijo: Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la Ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten a sus propios maridos en casa, porque no es correcto que la mujer hable en la iglesia” (1Co 14:34-35 NBH). Pablo estaba corrigiendo el desorden, y parte de ese desorden era la intervención de las mujeres (gr. gunes) o esposa de los profetas, cuando se estaba impartiendo una instrucción o diciendo una profecía, porque en lugar de edificar traían más confusión. La palabra que se traduce como “guarden silencio” es el vocablo griego sigao que implica “estar quieto”, “parar de hablar”. Aparentemente, cuando ellas tenían alguna duda empezaban a hablar y a alborotarse, así que Pablo les mandó a que, si no entendían, si tenían alguna duda o necesitaban más enseñanza, que le preguntaran a sus propios maridos en casa. Aquí el énfasis no es que las mujeres callen en la iglesia, sino que las mujeres corintias se sometan al orden de la asamblea, y también a sus maridos, como debe ser. En otro sentido, estaría contradiciéndose a sí mismo el apóstol cuando dijo: “… toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza…” (1Co 11:5 NBH), donde está sobreentendido que la mujer ora y profetisa en la iglesia.

En este mismo sentido, vemos también al apóstol Pablo instruyendo a Timoteo a que realice ciertas correcciones en la iglesia de Éfeso, donde se estaban desviando del verdadero evangelio. Allí existía un tremendo problema con falsos maestros (1Ti 1:3-7), en una iglesia que apenas se estaba formando. Entonces Pablo indica a Timoteo a cómo ordenar estas cosas, evitando las discusiones y vanas palabrerías, estableciendo la intercesión, para que se ocupen de la oración, y les oriente en cuanto a cómo deben conducirse en la casa de Dios. En ese sentido, da ciertas pautas sobre la conducta de la mujer específicamente en la congregación, y sabemos que, en la cultura judía del primer siglo, a las mujeres no se les permitía ir a una sinagoga ni estudiar la palabra, sin embargo, Pablo dice que ellas aprendan en silencio y en sumisión (1Ti 2:11). La mujer ahora ya podía recibir las enseñanzas. Luego dice: Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1Ti 2:12). Aquí la palabra silencio, en los dos versículos (11-12), no implica estar mudo, en completo silencio, como se traducen siopao y sige, en Marcos 3:4 y Hechos 21:40, respectivamente, en el sentido de no hablar, de silencio total. Aquí el vocablo que usó Pablo fue hesuchia el cual se traduce como silencio, pero en el sentido de tranquilidad, de sosiego, de estar sosegadamente, y no en completo silencio.

Según algunos comentaristas, en este contexto, el apóstol no prohíbe a la mujer enseñar en la congregación, sino el hacerlo de manera autoritativa, violentando el orden: “Porque Adán fue creado primero, después Eva” (1Ti 2:13). Y además dice: “Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión” (1Ti 2:13-14), haciendo una similitud entre lo que pasó en el huerto cuando la mujer fue seducida con astucia por la serpiente, al extravío que aparentemente se estaba confrontando en aquel lugar. Tampoco Pablo está culpando a Eva de la caída y eximiendo a Adán, pues no hubiera dicho en Romanos: No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir” (Rom 5:14). Está claro, que esta posición tan rígida asumida por el apóstol Pablo no era contra el género femenino, sino contra las mujeres de la iglesia de Éfeso quienes aparentemente estaban siendo influenciadas por falsos maestros (1Ti 1:4-17). Pablo lo que estaba cuidando era que la incumbencia de la autoridad del maestro apostólico en la iglesia no fuera usurpada ni contradicha por mujeres extraviadas, influenciadas por falsos maestros.

Y el apóstol Pablo concluye el consejo a la mujer diciendo: “… se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia” (1Ti 2:15 NBH). Esta frase se interpreta de diferentes maneras, pero lo que entiendo, a la luz de la Palabra, es que aquí no está mandando a la mujer a su casa a parir y a criar hijos, para que pueda salvarse, no, no. Aquí no se está hablando de la salvación obrada por Dios a toda la humanidad. Tampoco, el apóstol le está quitando a la mujer toda oportunidad a servir en la iglesia, sino que se refiere a la labor más honorable que puede tener una mujer y es ser instrumento de traer a la vida a los hijos del reino. Pues, ¿dónde aplicaría esta palabra a aquellas que nunca se casarían o las que son estériles, siendo éstas tan amadas y dignas como las demás hijas de Dios? La palabra salvación que se emplea aquí no es soteria que se refiere a la salvación eterna que obró Jesús a nuestro favor, sino el vocablo sózo que se traduce también como protección, seguridad, preservación, salvación en el sentido de permanecer en ese estado. Es bueno saber que la mujer se mantendrá segura, confiada en su salvación, no por los muchos niños que tenga, sino por la fe en Jesús al llevar una vida de devoción a Dios. Una vida entregada a la obediencia a Cristo hará de la mujer una esposa y madre excepcional. No perdamos de vista que tanto hombres como mujeres son salvos por el nacimiento más importante obrado en esta tierra y es el nacimiento del Hijo de Dios, Jesucristo.

Entonces, de manera concluyente, es importante decir que para estudiar la Palabra a la luz de la verdad, no podemos aislar un versículo de su contexto ni de sus antecedentes históricos. Tampoco podemos otorgarles a estos versículos -que corregían una deficiencia en una iglesia local- el carácter de una enseñanza universal para la iglesia de todos los tiempos. De hecho, el mismo Pablo no se sujetó a estas ordenanzas dadas a las iglesias en Corinto y Éfeso, ya que él mismo en sus epístolas hace mención y reconocimiento de muchas de las mujeres que fueron sus fieles colaboradoras. Empezando por Timoteo a quien le fue transmitida la fe por su madre y por su abuela, quienes también le enseñaron la Palabra, y ojo, no el papá (2Ti 1:5; 3:14-15). Lidia fue el primer fruto de conversión para los gentiles (Hch 16). Priscila, públicamente fue reconocida por Pablo como su colaboradora, maestra en la Palabra, que, junto a su esposo, tenía una iglesia en su casa (Rom 16:3; Hch 18:26; 1Co 16:19). En los Hechos se mencionan las hijas de Felipe, el evangelista, las cuales profetizaban (Hch 21:9). También Pablo saluda y distingue a Febe, la diaconisa de la iglesia en Cencrea (Roma 16:1), a sus colaboradoras Evodia y Síntique (Fil 4:2-3), a María, Pérsida, Trifena y Trifosa, fieles obreras de las que dice han trabajado mucho en la obra del Señor (Rom 16.6, 7, 12). En el caso de Junias, junto a Andrónico, se contaba entre los apóstoles, y Pablo incluso de ellos dice: fueron antes de mí en Cristo” (Rom. 16:7).

Y mejor aún, antes de la iglesia apostólica, es impecable el modelo que Cristo nos dejó: un ministerio que favoreció a la mujer en contra de toda ley y tradiciones judías. Empecemos diciendo que nuestro Señor Jesucristo vino de una mujer (Luc 1:35; Gál 4:4), y alguien dirá: «Pero eso ni siquiera hay que decirlo, está de más». Pero si tomamos en cuenta, por ejemplo, a Melquisedec que aparece en la antigüedad sin padre, sin madre y sin genealogía (Heb 7:1-3), o el caso del profeta Elías tisbita, uno de los más importantes profetas de la antigüedad, quien aparece en 1 Reyes 17, sin genealogía ni historia, Jesús pudo hacerlo así también. Pero no, el inspirador escriturar quiso que constara que el Hijo de Dios era también el Hijo del hombre, haciendo a la mujer bienaventurada por ser el vehículo por medio al cual vendría aquel que heriría en la cabeza al que la hirió por el calcañar, y con ella a toda la humanidad (Gén 3:15).

No mis hermanos, el menoscabo a la mujer no lo aprendimos así de Cristo… Podemos ver a Jesús andando por las ciudades y las aldeas con sus doce discípulos, y a las mujeres entre ellos. Los evangelios mencionan, entre las mujeres que le seguían, a María Magdalena, Juana, Susana y muchas otras que le servían de sus bienes (Luc 8:1-3). Cristo defendió a las mujeres del abuso y el abandono de los hombres (Jua 8:11; Mat 10:1-12). Tampoco le importó ser visto con una mujer a solas, mientras la instruía, incluso siendo ésta samaritana, y el prejuicio que había entre los judíos sobre aquel pueblo (Jua 4:9, 27). Alabó la fe y el amor de una mujer pecadora frente a sus detractores (Luc 7:37-50); y fue la adoración de aquella mujer que derramó un perfume de alto costo sobre su cabeza la que destacó y dijo que dondequiera que se predicase el evangelio se contaría lo que ella había hecho (Mat 26:7-13; Mar 14:3-9). Alabó a María por haber escogido la única cosa necesaria, la buena parte que no le sería quitada, que era aprender “a sus pies” (Luc 10:42). También abrió los oídos a Lidia para que fuera un canal de salvación para los gentiles (Hch 16:14,40). Al final de sus días, fue una mujer quien le ungió para la sepultura, antes de entregar su vida por nosotros (Jua 12:7). A las mujeres fue a las primeras que se le presentó al resucitar y fue a María Magdalena a quien envió a confirmar a los discípulos que él había resucitado (Jua 20:15-18). Y cuando ascendió al cielo, dejó a una iglesia unida, sin distinción de sexos, orando y rogando, para ser investidos de poder de lo alto, con la promesa del Espíritu Santo (Hch 1:8, 14; 2:1), aquello que fue dicho por medio del profeta Joel:

“Y SUCEDERA EN LOS ULTIMOS DIAS,’ dice Dios, `QUE DERRAMARÉ DE MI ESPIRITU SOBRE TODA CARNE; Y SUS HIJOS Y SUS HIJAS PROFETIZARAN, SUS JOVENES VERAN VISIONES, Y SUS ANCIANOS SOÑARAN SUEÑOS; Y AUN SOBRE MIS SIERVOS Y SOBRE MIS SIERVAS DERRAMARE DE MI ESPIRITU EN ESOS DIAS, Y profetizarán” (Hch 2:17-18 NBH).

Ya es tiempo que vivamos en el Espíritu y consideremos la figura femenina bajo la mirada amorosa de nuestro Señor Jesucristo. Enfoquémonos en el principio de su creación, la intención de Dios al darle vida a la mujer, lo cual fue afectado por el pecado, pero que ahora en la nueva creación ha sido dignificada y redimida, de acuerdo al diseño original: ézer négued. Cuando Jehová Dios creó a Eva, la trajo y la puso delante del hombre, y para Adán fue el regalo más hermoso que haya recibido de su Hacedor, su isha. Hoy, en Cristo, todas las cosas han sido hechas nuevas, y en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón (2Co 5:17; 1Co 11:11). Todo esto me enseña que el Señor, quiere la unidad y colaboración mutua del hombre y la mujer, por eso los hizo complementos, para que ambos, trabajando a favor del propósito Santo, nos enfoquemos en la meta, al premio del supremo llamamiento que es en Cristo Jesús, porque ¡es necesario, no es bueno que el hombre esté solo! El que persiste en ver a la mujer a través de una cosmovisión del pecado y tradiciones de los hombres, no está viendo según Cristo (Col. 2:8), y está limitando el propósito de Dios en su Reino Santo. Y tampoco podrá escuchar la voz de Aquel que hace todas las cosas perfectas, y que nos dice: “Te perdiste, oh Israel, mas en mí está tu ayuda (Ose 13:9).

Colaboración: Marítza Mateo[/column]

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